He decidido publicar un episodio por semana. Al menos por ahora que tengo de sobra.
Junio 1
Se rasca la cara, y acto seguido se da cuenta de que tenía la mano manchada, qué desastre. Estira el cuello para ver su cara en el espejo, justo lo que esperaba: toda su mejilla está teñida de negro. Se está empezando a poner nerviosa. No se ha quitado el traje verde, sólo el casco. Lleva casi una hora con el arma en las manos, dándole vueltas, buscando el problema. Se le ha encasquillado durante el ataque, apenas un segundo, pero se le ha encasquillado. Su condensadora tiene que ser perfecta.
Es un invento fantástico, desde que existe, Zoe no tiene que preocuparse de expulsar el CO2 de la nave. Este entra por el tubo aspirador trasero, pasa a través de los tubos hasta la zona condensadora en sí, lo reduce, lo somete a presión, lo convierte en una pequeña bola negruzca, del tamaño de una cuenta de pulsera, duro como lo que más, capaz de atravesar cualquier cosa. A Junio le recuerda un poco al huevo anterior al big bang. Es entonces cuando todo cambia, la condensadora deja salir la pequeña “bala” empujada por al presión del tanque, simplemente abriendo la salida. Cada bala contiene 2 quilos de CO2. Sólo dos teclas, o gatillos, y la fuerza con la que sale la bala es increíble.
Sólo hace falta acertar el blanco, debido a lo diminuto de la bala, si no aciertas, estás perdido. Pero por eso mismo Junio siempre acierta. No se le dan bien muchas cosas, pero disparar y la ciencia son su vida. Dispara, acierta, dispara, acierta de nuevo, dispara, un nésfer menos. Las balas atraviesan la primera capa de piel, pero no tienen fuerza para salir del cuerpo por el otro lado, los problemas disminuyen gracias a eso. Un botón para preparar la bala, 45´9 milisegundos después, puedes apretar el gatillo y saldrá a una velocidad de 1150 m/s. Basta con una bala para atravesar el lóbulo de las funciones vitales. Si condensas una bala y luego no la utilizas, puedes guardarla hasta un día, o levantar la tapa lateral y apretar el botón de descondensar, la presión disminuye y la bala se disuelve.
Pero el problema ahora es grave, cuando ha apretado el gatillo, la bala no ha salido al instante, por el movimiento de su cuerpo, la trayectoria no ha sido la esperada y el proyectil ha desaparecido en el vacío del espacio. Un verdadero desastre.
Termina de desarmar la condensadora. Mira en el filtro de CO2 , nada. En el gatillo, nada. En los tubos, en la boquilla, en la condensadora, la niveladora de presión, se desespera, resopla. Se va a volver loca, tiene mucho calor. Se levanta y se quita el traje, se pone su ropa cómoda y la bata por encima. Se mira al espejo, está hecha un asco. El pelo castaño recogido en una coleta y el flequillo pegado a la frente, los ojos verdes rodeados de unas oscuras ojeras.
-Tengo que dormir algo…
Se vuelve a sentar para observar de nuevo la máquina. Y ahí está el problema, riéndose de su cara: una pequeña escama roja obtura ligeramente la trampilla que se abre para disparar la bala. Pero, ¿qué es?
Lo coge con unas pinzas y lo mete en uno de sus múltiples tubos de muestras. Lo mirará más tarde, ahora tiene que reparar su condensadora.
Lima la trampilla por los dos lados para que el hueco sea mayor y no entorpezca la mínima mota de polvo, lo arma todo y aísla la carcasa para que no vuelva a ocurrir. Perfecto. Levanta el artilugio, lo mira y sonríe.
Todo, o casi todo de lo que sabe lo aprendió antes de entrar en la nave. Es una chica normal, sin alteraciones genéticas, pero su madre insistió en que usaran su propio óvulo para crearla, no una copia del óvulo estándar proporcionado por la empresa. Salió tan lista o más que su madre. Cuando ingresó en la tripulación de la nave la despedida fue dura. Pero estaba tan contenta, fue una sorpresa.
Su forma física siempre fue buena, pero por naturaleza, nunca entrenó. Pero sí disparaba, empezó a disparar con tan solo 8 años. Con 10 estaba acostumbrada a acertar. Cuanto cumplió 14 era tan fácil que tuvo que empezar a hacer algo más complicado. Su madre confiaba en ella y en su don, le regaló ejemplares extrañísimos de armas antiguas y modernas. Empezó a disparar en movimiento, cada vez más lejos, cosas más pequeñas. Después utilizó su ingenio para mejorar las armas que ya tenía. Y por último inventó la condensadora.
Fue esta habilidad junto con el arma lo que presentó a las pruebas de ingreso en la Hurbia. Y pasó.
Se sopla un mechón que le oscila frente a la cara. Se deja caer en una silla y gira la cabeza para observar la caja donde se encuentran su casco y su traje, doblados y enchufados. Es esto lo que siempre quiso. Se levanta y habla.
-Ordenador
-¿Si, señora?
-Prepárame un chocolate con leche.
-Temperatura.
-298 grados kelvin.
Se levanta y coge la probeta con piel de nésfer. La acetona no lo ha disuelto.
-Ordenador, cuaderno de investigación. La acetona no disuelve el nerfierum. Probaré con ácido de sulfuro.
-Anotado, señora.
Tira el contenido del tubo al bote de residuos y lo deja en la pila. Ahora centra su atención en la gradilla que contiene el tubo con el intruso que encontró en la condensadora. Lo coge con las pinzas y lo rompe en varios cachos. Prepara varios tubos. Con acetona, alcohol, agua benceno, etanol y tetracloruro de carbono.
Cuando sumerge el trozo correspondiente en el tubo con acetona, la sustancia se disuelve casi inmediatamente. ¿Por qué no se sorprende?
-Ordenador, envíale un mensaje a Dina: No se te ocurra volver a tocar mi condensadora.
-Enviado, señora.
Se acerca al hueco-bar y agarra su leche a temperatura ambiente. La bebe de un trago y deja la taza con un golpe sobre la mesa. Se quita la bata y la cuelga en su perchero. Le apetece agujerear algo, y a falta del pecho de Dina ha decidido acercarse a la sala de tiro. Coge el auricular y lo introduce en el oído.
-Voy a salir, estaré en la sala de tiro, si viene alguien comunícaselo y pásame el recado al auricular.
-Que pase una buena tarde, señora.
Tiene que cambiar esa respuesta, demasiado humana.
Cuando abre la puerta encuentra a Guirneda, la chica que se encarga de hacerle llegar los partes y avisos.
-Hola Junio.
-Hola- sonríe- ¿Qué tienes para mí?
-Un taco enorme de papeles.
-Me encanta- agarra los papeles y los deja sobre la poyata de la zona de laboratorio- ¿Te importa que los lea después? Voy a dar una vuelta.
-No hay problemas, envía firmados con los que estés de acuerdo.
-Está bien, hasta luego Guirneda.
-Hasta luego.
-Cierra, ordenador.
Mientras anda por los pasillos se pregunta por qué los llaman papeles si no están hechos de celulosa, de naturales no tienen nada. Suspira, siente los hombros tensos. A ver si se relaja cuando pueda ver a través de los agujeros del blanco.
Al girar la esquina se encuentra con Ellera. Se sonríen.
-Vas a disparar- No es una pregunta, se conocen bien y es algo que Ellera sabe a ciencia cierta- Pásalo bien, cerebrito.
A Junio no le molesta que la llamen así. Es un alivio que las cuatro se lleven bien, aunque Dina sea tan independiente y Maybe sea como un fantasma. Nunca han tenido una palabra más alta que otra, a pesar de las horas que pasan juntas de entrenamiento.
Se despiden con un gesto y siguen cada una su camino. Cuando llega a la sala de tiro entra sin necesidad de identificación genética. La conocen, no necesitan que pase el dedo por el panel para dejar las células muertas y saber si tiene permiso para agarrar un arma de las que hay dentro.
El encargado la saluda por su nombre y con el gesto oficial de la Hurbia: la mano en vertical apoyada con el lateral del pulgar en el centro del pecho. Junio hace lo correspondiente.
Se pone los cascos protectores y agarra la pistola. El frío del acero le recorre los nervios sensitivos como una caricia de un amante. Infla el pecho, apunta y dispara. Fabuloso. Sonríe ante el agujero que se muestra justo en el centro de su objetivo. Recuerda a su madre y le dedica un pensamiento breve antes de acariciar el arma.
Vuelve a disparar, piensa pasar allí un buen rato.
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