Y pensar que de donde vengo es el vacío y donde voy es la inconsciencia

jueves, 20 de mayo de 2010

Nésfer: Ellera 1

Este es el últio que tengo escrito por ahora, tardaré la tira en subir el suguiente, supongo

Ellera 1






Esos papeles eran una verdadera gilipollez: uñas de meitnerio, zapatos puntiagudos, colores metalizados… Para hacer lonchas un nésfer no se necesitaban tantas tonterías. Mis cuchillas funcionaban muy bien. El oxigeno sólido los atravesaba que daba gusto, lo único que debía de cuidar era de enchufarlas después de cada uso. Pasé las hojas con paciencia y fui leyendo tontada tras tontada, hasta llegar a cosas con las que estaba de acuerdo, que firme: Un comunicador, un casco y espinilleras más ligeros, reuniones, horarios…

Dejé los papeles a un lado y agarré la pesa. Volví a levantarla de manera rítmica. Podía ver como el músculo de mi brazo se tensaba con cada subida, la pesa oscilaba. La muñeca comenzaba a dolerme después de 450 repeticiones. El resto de mi cuerpo era estilizado, grácil y femenino, pero mis brazos mostraban unos funcionales músculos marcados, pero sin llegar a ser masculinos.

Con la otra mano agarré la botella de agua y me eché un chorro por la cabeza, bebí un trago y dejé caer la pesa. Me levanté de golpe del asiento y anduve hasta el armario para quitarme aquella camiseta mojada de sudor. Abrí la puerta y me pude ver en el espejo grande. Saqué una camiseta de tirantes apretada y unos pantalones de imitación de cuero negro. Aparté mi trenza negra, que llegaba más allá de la mitad de la espalda y me quité la camiseta. Cuando mi pelo estaba suelto, adoptaba una forma ligeramente ondulada, haciendo que el negro azabache pareciese vivo, pero acostumbraba a recogérmelo en una trenza de raíz apretada.

Descubrí que el sujetador también estaba empapado y me lo quité, de todos modos esa camiseta quedaba mejor sin él y mis pechos no eran muy grandes. Me vestí y sonreí al espejo.

Por último me acerqué al lavabo y me eché algo de agua en la cara. El grifo no se abría solo, ni la puerta, ni el armario. Todo era a la vieja usanza: yo tenía que graduar la temperatura de la ducha, yo tenía que meter la bolsita de té en la taza y yo tenía que abrir con contraseña la puerta de entrada. Lo único que me llegaba hecho era la comida. Al principio pedí educadamente que quitaran el ordenador, pero nadie me hacía caso. Me dieron largas durante un mes, un mes horrible en el que tuve que hablar con una máquina que me llamaba señora. Más tarde me cansé.

Para desactivar una habitación automatizada sólo necesitas un destornillador y un guante aislante e ignifugo. Busqué una trampilla por toda la habitación y la encontré bajo el tocador, la abrí desenroscando los tornillos, me puse el guante y metí la mano. Lo más divertido fue abarcar todos los cables posibles en la palma, agarrar con fuerza y tirar hasta que las chispas me iluminaron la sonrisa. Por fin el equipo técnico se dio verdadera prisa en arreglar l estropicio y hacerlo todo como yo quería.

Me sequé la cara frente al espejo del lavabo y pensé que me apetecía ir a ver a Zoe un rato, aunque era ya tarde, las 22:00. Salí de mi habitación y conduje mis pasos hacia la de la capitana. Nos llevábamos muy bien, a pesar de que era mi superiora. Me parecía una referencia de lo quería llegar a ser en mi vida. Aunque los conocimientos que ella poseía sobre ciencia, y en concreto bioquímica y genética, eran algo que nunca llegaría a igualar.

Enfilé un pasillo largo y me encontré de frente a Junio, que de seguro se dirigía a la sala de tiro. Intercambiamos unas palabras y continuamos nuestro camino. Cuando llegué a la habitación de la jefa el ordenador me avisó de que se disponía a acostarse y me tuve que dar media vuelta.

Fue un paseo inútil, pero agradable. Aunque no tanto como el jardín. El jardín era una gran sala con luz solar artificial, hierva en grandes explanadas para tumbarse, caminos de tierra alrededor, árboles, arbustos, flores y sonidos de pájaros. Solía ir a correr al jardín.

Cuando llegué a mi habitación sentí que realmente estaba cansada. Abrí la puerta y me encontré a Guirneda. Quizá no fue buena idea darle la contraseña de la puerta, de acuerdo, pero no pude evitarlo.

Me sonrió y sin decir nada me acerqué a ella y le di un beso de bienvenida.

-Tienes el pelo todo mojado.- refunfuñó mientras me acariciaba la cara.- ¿Qué hacías a estas horas?

-Quería hablar con Zoe un rato. Pero estaba durmiendo.

-Nosotras también deberíamos.

-¿Te vas a quedar a dormir?

-No pretendía la verdad. Sólo es que acabé pronto el turno y me apetecía darte un besito antes de irme a la cama- me volvió a besar con una sonrisa en los ojos.

-Quédate, Guir, aunque mañana me levantaré temprano. Puedes ponerte un pijama de los mío.

-O no ponerme pijama-insinuó entre risas.

No pude evitar esbozar una sonrisa. Me abracé a ella y cerré los ojos un momento.

Guirneda y yo nos conocimos cuando ingresamos en la nave, ella era la secretaria de Junio y nos encontramos un día que fui a avisarla de un entrenamiento extra. Era preciosa, tenía un pelo rojizo natural, con su piel blanca y fina pero bien pigmentada, de un color liso y suave. Sus labios eran naranjas y largos y su nariz estaba cubierta de pecas. Fue ella la que se declaró primero, yo era muy tímida, y al principio me costó. Empezamos a salir hace un año y un par de meses. Ella es trabajadora y cariñosa, yo soy un desastre que se deja acariciar, se deja besar y abrazar, pero siempre me dijo que le encantaba.

Supongo que darle la contraseña de mi habitación fue un fallo por mi parte, pero es que la quería tener dentro de mi vida para siempre.

Nos acostamos una al lado de otra, con las caras muy juntas y balbuceando tonterías de niñas enamoradas, más tarde me di la vuelta y ella se quedó dormida abrazada a mi espalda. Miré la hora, las 24:23. Buena hora, pensé y me quedé dormida en un sueño profundo y espeso.

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