Y pensar que de donde vengo es el vacío y donde voy es la inconsciencia

jueves, 27 de mayo de 2010

Cerca del puerto

¿Que si tengo miedo? Claro que tengo miedo. Vivo con miedo: miedo a acostarme sin haber comido nada ese día, miedo a que alguien me haga daño, a que me peguen patadas, a que me agredan mientras duermo. Miedo a morir.


Y es que mis días son como para pasar miedo. Ayer mismo, me desperté nada más amanecer, me desperecé y salí en busca de algo de comer, porque realmente la única ocupación que tengo es sobrevivir y encontrar algo que llevarme a la boca.

Me acerqué a la plaza y vi un ir y venir de gente que iba a sus trabajos, que no se detenía a pensar, ni a mirarme. Yo mantenía los ojos clavados en las personas que pasaban junto a mí. ¿Es que a nadie le daba pena una criaturita como yo, sucia y hambrienta? Me acerqué despacio en dirección a una mujer trajeada y cuando pasó por mi lado me apartó con el bolso para que no llegase a tocarla. Del susto trastabillé hacia atrás y me caí de culo. Me dolía, pero me levanté ayudada del poco orgullo que me quedaba.

¿Cómo me iban a dejar acércame estando tan mugrienta como estaba? Tenía que hacer algo al respecto. Me acerqué a la playa y anduve hasta la orilla, una vez allí me agaché y sumergí mi cabeza en el agua, moviéndola con fuerza para eliminar toda la suciedad que manchaba mi cara de ronchones negros. Me adentré más y metí el resto del cuerpo, lavando como mejor podía los huecos de debajo de las extremidades y cuello. Aquel lavado no era una maravilla, pero me encontraba ya algo más presentable.

Ya eran las 11 de la mañana. Mis tripas rugían furiosas, el día anterior apenas había comido un trozo de pan y necesitaba calmar aquel dolor casi enfermizo que me retorcía las entrañas.

Los niños estaban en el patio del colegio. Desde detrás de la valla vi como jugaban al balón y se prestaban las muñecas. Los juegos importan poco cuando tienes tan pocas fuerzas para moverte, pero en mitad del patio vi un bocadillo tirado en el suelo. Se me hizo la boca agua.

Salté la valla y corrí hasta el trozo de almuerzo. El jamón york estaba lleno de tierra y ramitas y el pan había recogido unos cuantos pelos del suelo, alguien le había dado claramente una patada a mi futura comida, pero no me importaba. Abrí la boca y me abalancé sobre el tesoro. Antes de que hubiese acabado con la loncha de jamón un niño vino corriendo hacia mí y me lanzó una patada, así, sin más. Gritó un “fuera de aquí, asquerosa” y huí. Magullada y aun hambrienta pensé que los niños no deberían ser tan maleducados conmigo, que ellos no entendían mi situación. Después, en una esquina agazapada, lloré pensando en lo cruel que puede llegar a ser una persona.

Cuando me calmé me di cuenta del tiempo que había perdido lamentándome. Un tiempo demasiado valioso. Me levanté y me prometí a mí misma que no lloraría. Me sacudí el polvo y me acerqué al cubo de basura más próximo. Era demasiado alto para mí, pero mi agarré con fuerza y metí la cabeza en busca de algo. Una bolsa de gusanitos llamaba la atención entre un montón de papeles y cosas no comestibles.

Ansiosa la saqué, la tiré al suelo, me agaché junto a ella y la rompí. Miles de miguitas volaron a mi alrededor. Me dispuse a comerlas del suelo, una por una. Nadie me separaría de mi botín, pasase lo que pasase. La gente me miraba con desaprobación. Pero en ese momento nadie me pegó ni me gritó. Pude disfrutar de los pocos gusanitos y restos que quedaban en la bolsa, y cuando terminé me relamí.

Aunque seguía realmente con el estómago vacío.

Decidí dar un paseo para ver si encontraba algo nuevo y me acabé de nuevo en la playa. Eran las 5 de la tarde y la gente ociosa tomaba el sol. Cuando caminé entre ellos nadie me miró. Excepto un niño pequeño, que me sonreía. Le devolví la sonrisa un tanto cansada y me di la vuelta para seguir explorando.

Entonces algo me golpeó la cabeza. Me giré asustada y encontré un cacho de filete de pollo empanado en la arena. Lo había tirad el niñito aquel. Resultaba que no todos los niños eran malos. Comí ansiosa y esperé al siguiente cacho, que llegó enseguida. Lo engullí, y el siguiente también, y el siguiente.

Cuando vi que el niño se detuvo le miré y le supliqué.

“Por favor” No me hizo caso. “¡por favor!” Grité más fuerte. Y su madre se giró.

“Hay, Roberto hijo, ¿Cómo eres tan cochino? Si no lo vas a comer, tíralo.”

Y allí fue mi filete, a una bolsa de basura al lado de la silla de la mujer.
No podía permitirme perder aquel bocado, así que di un rodeo largo y disimuladamente rebusqué en la bolsa.

Me descubrieron, la mujer gritó, me insultó, me dio un manotazo y cuando me alejé me tiró una raqueta de playa. La madera me dio en el hombro y tuve que salir corriendo.

Me alejé lo más rápido que pude, corrí y me escondí en un edificio abandonado, gimiendo de dolor. No merecía aquel trato, ¿nadie me iba a ayudar nunca? Eran apenas las 6, pero decidí dormir hasta el día siguiente.

Hoy me he dado cuenta de que nunca nadie me sonreirá de verdad, ni me querrá de verdad. Que no va a llegar el día en el que coma bien y asiduamente, que puede que mañana amanezca muerta y a nadie le importará.

Mi vida se basará en pensar en mí misma, y sólo en mí misma. Porque nadie lo va a hacer nunca, al fin y al cabo, sólo soy una gaviota.

2 comentarios:

  1. merda!!!! porque pense que era un gato si se mete en el mar??. Está divertido. Tienes toda la razón, las gaviotas son las grandes incomprendidas.
    Me gustó mucho, a ver si se te ocurre alguna otra historia corta de este estilo.

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  2. Gracias mi amor. Esta es una pagina que compartimos tú y yo. (ué sola me siento a veces, menos mal que esta tú) la verdad es que ya no esperaba que nadie me lellese. A pesar de todo se avecina el siguiente episodio de Néfer.
    Bikiños

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